Hannah fue diagnostica con autismo a los 23 años. Estudiaba Psicología, después de haber cursado parte de la secundaria en casa tras haber sufrido acoso en el colegio. Durante su adolescencia, le habían diagnosticado depresiones, e incluso llegaron a pensar que tenía un TLP (Trastorno Límite de la Personalidad). Tuvieron que pasar más de dos décadas para tener un diagnóstico real.
Noticias como la de Hannah (publicada por la BBC) salen periódicamente en los medios de comunicación. Mujeres que no fueron diagnosticadas durante su infancia, ni siquiera durante su adolescencia, y que llegaron a la edad adulta vinculando sus caracteres y patologías a ciertos comportamientos como la tristeza o la melancolía, cuando estos responden realmente a un TEA. Un error que parte de un mal diagnóstico o de la ausencia de tal, y que repercute de manera directa en la calidad de vida de estas mujeres.
En el caso de Hannah, su historia la llevó a investigar sobre las mujeres con TEA. A otras muchas mujeres diagnosticadas en la edad adulta el diagnostico les ha servido para, tras muchos años de incertidumbre y desconcierto, ver una luz, respirar, hallar la calma quitándose de encima el lastre de “sentirse raras”.
La estadística refleja que el TEA se diagnostica hasta tres o cuatro veces -según el estudio y el investigador- más en niños que en niñas. El Asperger, según Gillberg, Cederlund, Lamberg & Zeijlon (2006), hasta nueve veces más en varones que en hembras.
¿Pero por qué resulta más difícil diagnosticar a una niña con TEA que a un niño? Los expertos coinciden en señalar en que la cuestión recae sobre las diferencias en las señales, una clínica que en las chicas provoca que sus síntomas sean vinculables a otro tipo de patologías, llegando incluso a invisibilizar un TEA.
“Las chicas con TEA leve presentan capacidades básicas en atención conjunta, hay sonrisas, no suele haber intereses marcados restringidos, no hay conductas estereotipadas pero sí pueden tener problemas de conducta que camuflan su inflexibilidad mental”, describe la psiquiatra Joana María Andrés Tauler (Psiquiatra IBSMIA en el Hospital Son Espases) en su estudio ‘TEA en femenino’.
El interés de niñas con TEA (aún no diagnosticado) por sociabilizar, incluso sorprendiendo por la buena calidad de sus relaciones sociales o por el autocontrol que llegan a adquirir son algunas de las conductas que hacen que los profesionales descarten un TEA, según señala la misma autora.
Las niñas con TEA pueden ser desinhibidas e impulsivas, rasgos poco probables en niños con TEA. Además tienden a ser irritables y a pasar por frecuentes cambios emocionales, impulsos que pueden llegar a ser vistos como características no de un TEA, sino de su propio sexo, debido a una percepción estereotipada de los roles y conductas femeninas.
Otro rasgo que provoca la invisibilización de un TEA en niñas es que estas pueden llegar a formar parte y a integrarse en un grupo social, ya que son capaces de generar conductas sociales. La diferencia y lo que marca la presencia de un trastorno del desarrollo es que mientras esta conducta social responde a una capacidad innata en una niña sin TEA, en una niña con TEA se debe a una estrategia cognitiva aprendida.
Diagnóstico de niñas con TEA
La importancia y capacidades del profesional inciden directamente en la calidad de vida de las personas tratadas. Un buen diagnóstico dará esperanzas y control a la vida de la persona que acude a consulta. Puede marcar la infancia y, con ella, toda una vida. Es por ello que es absolutamente esencial que el psicólogo o especialista en diagnóstico y atención temprana disponga de la necesaria formación para ser capaz de distinguir estos síntomas de aquellos asociados a otras patologías.
Algunas señales no verbales que también pueden presentar estas niñas son apreciables en la forma que estas tengan de gesticular: de manera más viva, caracterizada por diferentes estereotipos aprendidos, con tendencia a la imitación de sus figuras de referencia. Respecto al lenguaje verbal, algunas de las señales que nos pueden ayudar a identificar un TEA en una niña son el uso de determinados vocablos o incluso una mejor pragmática del lenguaje. Otro punto a tener en cuenta es la integración en su lenguaje de la llamada ecolalia, que consiste en repetir determinadas palabras o finales de palabras de manera casi automática, no deseada.
Un grupo de expertas de la Asociación Española de Profesionales del Autismo (AETAPI) ha elaborado a este respecto una ‘Guía de buenas prácticas en niñas, adolescentes y mujeres con trastorno del espectro del autismo’. En ella alertan al profesional de que este debe estar atento a determinadas conductas como pueden ser: “Niñas con escasa iniciativa social y espontaneidad en la comunicación” o, por el contrario, que se muestren “muy abiertas con desconocidos”. “Niñas o jóvenes que presentan crisis de angustia, llantos o berrinches de forma sostenida ante situaciones que tal vez resultan inexplicables o exageradas”. “Niñas o jóvenes que buscan lugares tranquilos, silenciosos y aislados en los recreos”. “Niñas o jóvenes que aparentan ser egocéntricas, cuesta hacer que cambien de idea y quieren dirigir como requisito para jugar, desarrollan amistades exclusivas y excluyentes, que no pueden ser compartidas, y obsesiones con otras niñas/niños y adultos de la escuela”.
Estas son solo algunas de las conductas que pueden alertar a un profesional para hacer un diagnóstico efectivo y real que no quede diluido en un simple arranque de timidez de la menor. Profesionales bien formados y competentes en el desarrollo de su empeño laboral, a fin de que el caso de Hannah -y de tantas otras niñas que llegaron a mujeres sin diagnostico- se convierta en una tendencia del pasado.