Las familias que tienen entre sus miembros a una persona diagnosticada con Trastorno del Espectro Autista (TEA) se enfrentan con cierta frecuencia a la ocurrencia de conductas problemáticas ante las que no siempre es fácil saber actuar, y frente a las que es normal sentirse confuso e inseguro. Las rabietas, las agresiones y las autolesiones son sólo algunos ejemplos de este tipo de conductas. Sin embargo, los problemas en conducta no son un síntoma nuclear del TEA, si no que aparecen en relación a las dificultades en el procesamiento sensorial, las barreras comunicativas, los intereses restringidos, la inflexibilidad o las características del entorno.
Pero, ¿qué es exactamente una conducta problemática?
“La conducta problemática es aquella que por su intensidad, duración o frecuencia afecta negativamente al desarrollo personal del individuo, así como a sus oportunidades de participación en la comunidad” (Emerson, 1995).
Así pues, no se trata solo de conductas muy visibles como las que mencionaba anteriormente, si no también de conductas más discretas como actitudes de aislamiento, marcada inactividad, o sueño excesivo.
El Apoyo Conductual Positivo (ACP) es una técnica de intervención y aprendizaje que, si bien es aplicable a cualquier persona con o sin discapacidad, resulta especialmente útil en el abordaje de las conductas problemáticas que pueden presentar las personas con TEA. Esta técnica se basa en que estas conductas están directamente relacionadas con el contexto en el que se producen, de forma que generalmente son originadas por algo que sucede en el entorno de la persona. Además, tienen una función concreta, es decir, que son útiles para la persona. Le permiten salir de una situación desagradable o les sirven para conseguir algo que desean, por ejemplo. El ACP parte de la base de que las personas presentan este tipo de conductas porque no han adquirido las habilidades necesarias para conseguir los resultados deseados de una manera más funcional.
Las intervenciones más eficaces para estas conductas se basan en un profundo conocimiento de la persona, de sus contextos sociales, y de la función que desempeña su conducta en dichos contextos. Por ello, es importante partir de una evaluación funcional de la conducta cuyos objetivos son: describir las conductas problemáticas, identificar los posibles sucesos contextuales y las variables implicadas, determinar cuándo es más probable que se produzca la conducta, identificar qué función tiene, valorar cómo de reforzada está dicha conducta, especificar qué conductas alternativas y funcionales posee ya la persona, qué estrategias comunicativas tiene y cuáles son sus gustos y preferencias. Esta evaluación se lleva a cabo utilizando instrumentos como la entrevista, la observación directa y la experimentación.
Una vez realizada la evaluación funcional de la conducta, el objetivo principal de la intervención a través del Apoyo Conductual Positivo es enseñar conductas alternativas que sustituyan a las problemáticas y que tengan su misma equivalencia funcional, para que éstas dejen de ser necesarias. En los niños con TEA, generalmente la intervención pasa por mejorar las habilidades de comunicación y lenguaje. Además, introduce el diseño de adaptaciones ambientales y la mejora de estilos de vida.
El rasgo principal de este abordaje es el respeto hacia la dignidad de la persona, independientemente de su capacidad de comprensión o de la naturaleza y gravedad de las conductas que presenta. Así, se opta por estrategias que no estigmaticen a la persona y que tengan en cuenta sus metas y preferencias, en lugar de limitarse a conseguir resultados considerados significativos por el profesional o la familia.
Además, es de señalada importancia su carácter proactivo o preventivo, ya que no espera a que aparezcan las conductas problemáticas para iniciar la enseñanza de habilidades positivas y de mejora en el estilo y la calidad de vida.
Para conseguir esto es necesario un enfoque de colaboración y trabajo en equipo que incluya la participación de la familia y amigos, y del personal que atiende a la persona en los diferentes contextos en los que se desenvuelve (educadores, profesionales de la salud, terapeutas, etc). Coordinar a tantas personas y contextos diferentes es una labor complicada, pero muy necesaria. El psicólogo que elabora el plan deberá ser el encargado de proporcionar la formación adecuada a todas las personas implicadas, así como ofrecer apoyo a quien lo necesite.
La finalidad del Apoyo Conductual Positivo es conseguir resultados significativos a largo plazo, no sólo en términos de disminución de las conductas problemáticas, sino también en términos de mejoras alcanzadas en el uso de habilidades alternativas y en la calidad de vida de la persona.
La inclusión en todos los ámbitos posibles de la comunidad y una buena calidad de vida durante todo el desarrollo vital son los motores que guían a todos los profesionales y familiares que estamos en contacto con personas con TEA. Ante esto, el Apoyo Conductual Positivo se presenta como una de las mejores estrategias a seguir, siempre desde el respecto, la dignidad y la búsqueda del mayor bienestar posible.
Referencias Bibliográficas:
- Apoyo Conductual Positivo, en Manuales de Trabajo en Centros de Atención a Personas con Discapacidad de la Junta de Castilla y León. Consejería de Sanidad y Bienestar Social
- Buenas prácticas en la atención a personas con discapacidad (2011). Centro de Documentación y Estudios SIIS, Fundación Eguía- Careaga Fundazioa.
- Forteza Bauzá, S., Ferretjans Moranta, V., Cebrian Tunbridge, S., Font Jaume, T., Vicent Primo, J. E. y Salva Obrador, M. R. (2015). Reflexiones sobre el Apoyo Conductual Positivo. Siglo Cero, 46(2), 57-77.
- Goñi Garrido, M. J., Martínez Rueda, N., y Zordaya Santos, A. (2007). Apoyo Conductual Positivo: Algunas estrategias para afrontar las conductas difíciles. Madrid: FEAPS
- Salvadó Salvadó, B., Clofent Torrentó, M., Hernández Latorre, M. A., Palau Baduell, M. Y Montero Camacho, M. (2012). Modelos de intervención global en personas con trastorno del espectro autista. Revista de neurología, 54(1), 63-71.
Rita Vidal Gato
Neuropsicóloga Infantil.